Muchos padres llegan a consulta preocupados por el bajo rendimiento académico de sus hijos, por su comportamiento en el aula o sus dificultades para relacionarse. “No se concentra”, “se distrae con todo”, “se niega a leer o escribir”, “parece que no entiende las instrucciones”, “es muy torpe al moverse”… Estas frases son frecuentes en mi consulta, y la raíz del problema muchas veces está en algo tan esencial como la visión.
Pero atención: no hablamos solo de ver claro. Ver bien no es lo mismo que funcionar visualmente bien. Es ahí donde cobra relevancia el examen optométrico especializado en funciones visuales y habilidades visoperceptuales, especialmente en niños en edad escolar.
La percepción visual es la capacidad del cerebro para interpretar lo que los ojos ven. Implica habilidades como reconocer formas, identificar diferencias entre letras, comprender lo que se lee, recordar lo que se observa, coordinar el ojo con la mano, entre otras. Estas funciones se desarrollan a lo largo del neurodesarrollo infantil y son fundamentales para el éxito escolar.
Cuando estas habilidades están alteradas, el niño puede presentar dificultades similares a las de trastornos como el TDAH, el Trastorno Específico del Aprendizaje (dislexia, disgrafía), e incluso en condiciones del espectro autista. De hecho, múltiples estudios muestran una alta comorbilidad entre alteraciones visoperceptuales y estos diagnósticos (Kaplan et al., 2006; Scheiman & Wick, 2020).
Estos signos no siempre indican un trastorno del neurodesarrollo, pero sí pueden reflejar que el sistema visual no está funcionando de forma eficiente.
Un examen visual común, como el que se hace en campañas escolares, mide agudeza visual a distancia, es decir, si el niño ve bien de lejos. Pero no explora cómo procesa la información visual, cómo coordina los ojos, cómo enfoca o sigue objetos en movimiento, ni cómo interpreta lo que ve.
Por eso, se requiere una evaluación optométrica especializada, que incluya pruebas de:
Desde las neurociencias, sabemos que más del 80% de la información sensorial que recibe el cerebro proviene del sistema visual. Por lo tanto, cualquier alteración en esta vía afecta no solo el aprendizaje académico, sino también la regulación emocional, el comportamiento y la integración sensorial (Gori & Facoetti, 2015). Niños con autismo, por ejemplo, presentan alteraciones significativas en la integración visual-espacial, y muchos niños diagnosticados con TDAH tienen deficiencias en seguimiento ocular que interfieren con la lectura sostenida.
La buena noticia es que muchas de estas alteraciones pueden detectarse tempranamente con una evaluación adecuada, y tratarse de forma efectiva con programas de terapia visual. Cuanto antes se intervenga, mayores serán las posibilidades de éxito académico y social.
No esperes a que tu hijo “crezca” o “madure”. Si algo no encaja en su rendimiento, su atención o su comportamiento, considera que su forma de ver el mundo podría necesitar ser comprendida desde otro ángulo: el visual.